martes, 17 de julio de 2007

Reportaje


El ritual taurino en Valencia

Una guapa mujer valenciana está poniendo nervioso al torero. Y hay que ver lo difícil que es atemorizar a uno de estos hombres con guáramo. Pero ella le lía en una faena difícil, de esas en las que provocaría salir matando como un señor antes de acabar malherido por un galanteo más peligroso que un pitón afilado. El cortejo -que ya es casi un pasodoble- ocurre en la Plaza Monumental de Valencia, sobre una tarima originalmente dispuesta para un acto de condecoración a los toreros que visitan la ciudad, y los agraciados movimientos de la chica se advierten desde abajo como un documental de Discovery Channel, en el que las criaturas silvestres se contonean hermosamente frente a sus parejas. El matador -casi "matado"- resolvió con una muy discreta propuesta: "Si queréis vamos a cenar algo". Ajeno -o tal vez muy atento- a lo que ocurría en la tarima, el apoderado del torero trastocó los bríos del momento y se lo llevó lejos de allí, a padecer de nuevo esa condición de legendaria protección en la que viven los diestros cuando están próximos a una corrida de toros. "Ningún desconocido puede viajar con el torero del hotel a la plaza. Es por superstición", se excusó el apoderado ante la petición de acompañarlos durante ese trayecto. ¿Será que hará falta bailarles un poco?





En el callejón se comprueban físicamente las manifestaciones del nerviosismo. Mozos, banderilleros, apoderados, mirones de tronío -como el veterano torero Antoñete, para quien la nueva generación "va pa'rriba"-, periodistas y matadores se tropiezan entre sí en el estrecho pasillo del callejón, acelerados por el veloz ritmo que imponen los toros cuando se lanzan al ruedo como las bestias que son. Además, siempre existe la remota posibilidad -pero posibilidad al fin- de que el furibundo animal brinque los burladeros y caiga sobre los presentes. No por cábala, sino por sensatez, nadie debería estar en ese callejón. Pero desde allí se puede incluso respirar el aliento de los toreros -y casi el del toro. Cosa que se agradece. Rivera Ordóñez, por ejemplo, tiene varios tics nerviosos que lo hacen ver más humano. El matador se toca frecuentemente las orejas en un gesto infantil porque, al parecer, se le calientan mucho con el clima y los nervios, y necesita mojárselas con agua helada a cada momento. Su mozo de espadas le acerca el pote de agua cuando el torero le silba suavemente. "Los mozos de espadas estamos pendientes de pasarle al matador el capote, la muleta y la espada en el fin de cada tercio. También estamos pendientes del agua y la toalla. En la plaza ellos están muy serios y cuando mucho se acercan y comentan cosas como: '¡Qué dura la corrida, este toro es un cabrón, no sirve para nada!", cuenta Manolo Valencia, hermano del matador Bernardo Valencia y mozo de espadas de Finito de Córdoba en esta ocasión.





Pocos panoramas son tan femeninos como ver a un hombre esmerado en los rituales que implica su oficio. Es casi un momento enternecedor. Probablemente los toreros son quienes siguen ceremonias más fantásticas al momento de prepararse -y no necesariamente porque lleven medias panty rosadas-: el día de la corrida comen apenas unas frutas o algo muy ligero, hacen una sesión de ejercicio y estiramiento, a eso de las 2:30 pm -las corridas suelen ser a las 4:00 pm- se dan un baño de novia, tardan cerca de una hora poniéndose las medias, la taleguilla -pantalones-, la camisa, el corbatín, la chaquetilla y la montera, y finalmente rezan. Julio Lozano, presidente de la Asociación de Ganaderos de Valencia, relata algunas de las manías preventivas: "Nadie toca los trajes de los toreros, sino ellos, y tampoco se sabe el color que usarán. Eso es un secreto sumarial. Tampoco ponen la montera sobre la cama y le huyen al color amarillo". Y luego Lozano devela una de las más inquietantes intrigas de la tauromaquia: ¿Cómo y en qué momento lavan los toreros el traje de luces manchado de sangre animal? "Ellos mismos sumergen el traje en agua con sal y luego con un cepillo le quitan las manchas. Como el interior del traje es de lycra, se seca rápido". En ese empaque centelleante lucen tan pulcros que da pena hasta ensuciarles el aire que les rodea. Y ni hablar de pisarles una de las recién pulidas zapatillas.
La mañana del mismo día de la corrida siempre se hace el sorteo de los toros que le tocarán a cada lidiador horas más tarde. En una hábil maniobra que libera de responsabilidades y culpas a los humanos, se le deja al azar la decisión final sobre el enemigo de faena. De los seis toros que están dispuestos, se arman tres lotes, en procura de reunir un animal grande con uno pequeño, uno vistoso con otro no tanto. "La habilidad está en enlotar los toros", dice Manolo Valencia. Luego, las tres parejas se escriben en papelitos, se lanzan en un sombrero y cada apoderado -con sus manos no tan inocentes- saca el destino de su representado. La verdadera buena suerte del torero no son los 120 mil dólares -aproximadamente- que cobra por corrida, sino que le toque un gran toro.

1 comentario:

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